
Me estoy muriendo. Tú, también. Pero yo tengo muchas papeletas para palmarla antes. Y no, no te va a atropellar un coche la próxima vez que cruces la calle. Espero. Padezco cáncer de colon metastásico, estadio IV y tengo 14 tumores, de los cuales 12 están localizados en el hígado, uno en el pulmón y el primario, el señoro tumor, en el sigma. Son como una gran familia tumoral, con sus peques en el hígado, el madurito de 3,5 centímetros en el pulmón y el abuelo de casi seis centímetros repanchingado en el colon. Viven de puta madre, bien nutridos. Disfruto de un organismo envidiable y una analítica cuasi perfecta pese a las parrandas de quimio. Cada quince días, me voy de juerga al Hospital de Día de la Fundación Jiménez Díaz. Antes me chutaban medio litro en dos horas y media, ahora me ponen litro y medio en seis. Mucha droga dura, aunque haya quienes se sorprendan de mi “buena cara”, producto del momento balón, o cara de luna, provocado por los corticoides. La profesión va por dentro. Si así gustan, uno de estos días pueden acompañarme en el cambio de mi colostomía diez centímetros prolapsada- lo hago tres veces al día- o me facilitan el teléfono al que llamarles cuando me desangro por el recto y grito “¡Socorro!” sola en el baño de casa, también cuando me escondo de mis amigos para llorar, que es lo más jodido.
Al final de mis días, me toca recordar que elegí caminos distintos a los de la felicidad, tuve mala suerte o me castigó el karma. ¿Quién sabe? El caso es que tengo un pasado azaroso, seguramente tú también. Así es el ser humano, un triste. Fundamentalmente duros fueron los últimos cinco años, en que padecí un alto estrés emocional tras un aborto en 2017 (habrá novela) y la patada en el culo que me dieron inmediatamente después en un digital de cuyo nombre no quiero acordarme, soy manchega. De esto último, aún no me he recuperado, razón por la que me prometí no volver a trabajar en un medio de comunicación. Señores: la banca no va más. -Nunca digas nunca- Y, aunque me encantaría disponer de base científica para culpar de esta mierda al pasado, los investigadores cuentan que esos acontecimientos solo han disparado una predisposición genética. Porque, como explica con gran desparpajo Raquel Haro en Me falta una teta, si el cáncer fuera solo emocional las yazidíes utilizadas como esclavas sexuales por el ISIS no estarían llenas de traumas sino de tumores. Es decir, que el mal rollo vital te dispone pero no causa él solito tu enfermedad. Menos pensamiento mágico y más inversión científica.
No hace ni dos semanas que conseguí arrancar información de base a mi oncóloga, quien no me había contado algunos detalles de mi cáncer, quizá por descuido, saturación de su agenda o miedo; sí, ella también tiene miedo y se le nota mogollón. Así es que hasta el jueves pasado desconocía mi pronóstico y perspectivas. En estos tres primeros meses de quimioterapia y colostomía, de baja laboral y muy agradecida por ello, he leído todo lo que he podido sobre mi cáncer, aunque no siempre estoy de ánimo. Muchas de las publicaciones vinculan los términos metástasis e incurable, pero nadie me lo había transmitido. Incurable, controlar la enfermedad, prolongar la vida. Desde hace dos jueves, se repiten en una y otra consulta. Pregunto y me dicen: incurable, controlar la enfermedad, prolongar la vida. Esto es lo que hay. Creo que ya no me queda más por buscar en Google, aunque seguiré preguntando por si algún oncólogo llega borracho a consulta y me regala un pronóstico de mentira. Que me encantaría, oye.