
¡Sangüichitosss!
“Todo va a salir bien” es la frase que repiten amigos y conocidos. Me pregunto qué será lo que va a salir bien. ¿El cáncer? Ah, ya, sí, él va a salir bien airoso de todo esto, según aventuran oncólogos y estadísticas. Yo, no. Yo tengo un estadio IV y no voy a salir bien, pero saldré digna, con el puño apretado y hasta la victoria siempre, con la resiliencia -ya solté el palabro- encarnada, porque a algunos nos toca la vida así: puta, muy puta. Pero, como en esta sociedad happy flower todo es cuestión de actitud y pensamientos positivos y decir que te va mal está peor visto, no lo repetiré mucho. Va, venga, una última vez: la vida me ha tocado un poquito puta, con perspectiva, optimismo y Mister Wonderful. Anteayer me dijo una psicóloga de la Asociación Española Contra el Cáncer que tener rabia, estar triste, hundirse y sentir compasión por uno mismo son mecanismos adaptativos de los que la sociedad nos priva porque, oiga, póngale actitud, sea positivo, incluso un falso positivo, que es lo que está de moda. Dejaos de gilipolleces y llorad lo que necesitéis: es reconstituyente y te ayuda a pasar de pantalla.
Mierda, cagao, culo, caca, pedo, pis. ¡Ah, qué bello es el arte de maldecir! Desde niña he escuchado a mi padre juramentar con enorme creatividad. Gran impacto me causaba aquello de “unas pollas en vinagre”, pues por aquel entonces ya sabía yo lo que eran y me las imaginaba en un tarrito de cristal fermentando cual encurtidos. Al tiempo, he intentado mantener una actitud finolis acorde con mi morfología liliputiense y, por ende, me he educado en el delicado arte de la oratoria. Me expreso, por lo tanto, con cierta bipolaridad oral, casi siempre coherente con el momento, que podríamos llamar culipardismo ilustrado, educada de pueblo, lenguaraz con carrera. A veces, resbalo un poco. Más joven, patinaba bastante a consecuencia de mi histórico complejo de abogada de causas perdidas, entre ellas la mía, pero se cumplen años para algo, que decía un pavo que conocí antes del diagnóstico, más feo que un culo y que desapareció con la noticia.
Con los años, te templas como bien recordaba allá por enero, Filomena mediante, Antonio Ibáñez, el poco agraciado. Me voy a morir, puedo decir toda la verdad y nada más que la verdad de todos mis ex algo. Faltaría. Y, es cierto, la experiencia te demuestra lo inútiles que son los conflictos y lo plácida que resulta la vida cuando los esquivas con inteligencia. La edad hace que entres cada vez menos al trapo, des menos importancia a las impertinencias y continúes camino descolgándote de todo aquello que no te hace bien. En cierto modo, los de Mister Wonderful llevan su poquito de razón y, a veces, la angustia es una cuestión de perspectiva. Otras, te mira tan de frente que es imposible cambiar de óptica.
Cuando vivía en Buenos Aires mi compañera de Maestría Julia Tortoriello me propuso que escribiera una columna en Clarin.com titulada No me banco Baires. Le hacía gracia como puteaba de una de las dos ciudades que, paradójicamente, más me ha dado junto con Madrid. Adoro Buenos Aires. Vuelvo en 2022. Téngame preparada media docena de sangüichitos de miga y un mate para compartir. Y estén todos, les he extrañado mucho.
No sé hacer humor y tampoco entiendo la ironía, por lo que una de las pocas herramientas de catarsis a mi alcance es cagarme en Dios y en la Virgen puta. Y a eso he venido a este blog, a reservarme un espacio de libertad para lamentar mi vida, aunque mantenga una actitud estoica de puertas afuera. Hay a quien le hace gracia, como a Julia, y a quien no. Pero como mi motivación no es provocar la risa de nadie sino ejercitar la escritura terapéutica, por una vez no voy a preguntar a los demás. La vida es muy puta y yo la voy a putear. Bum, bum. Espabila, Fidel, yuhu, yuhu.